De repente el mundo se quedó mudo y se paró, en mitad de la
calle, a oscuras, para sentir como el mundo entero se le venía encima. El peso
de la vida retumbó en su interior como un volcán que, tras años inactivo, fuera
a entrar en erupción. No podía ver, ni oír, solo sentir como aquella masa
viscosa y ardiente avanzaba por su interior derritiéndolo todo, apoderándose de
ella. Se sentó en mitad de aquella nada a esperar, a esperar que algo
sucediese, pero dentro de la nada nunca pasa nada.
Fue así como decidió volver a dejar de comer, dejar de comer
hasta que el hambre se difuminara en el horizonte, dejar de comer hasta que la
hora de las comidas no fueran más que más horas para dormir, dejar de comer
hasta dejar, también, de sentir. Para alejar a aquella cosa pesada e inerte que
se abría paso en su interior, para aniquilar la masa de acontecimientos y
ausencias que ahora luchaba por salir y destruirlo todo.
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