lunes, 24 de enero de 2011

Hipotermia.

Cada mañana.
Hago une sfuerzo heroico por abrir los ojos y los párpados me pesan como si fueran de plomo, la lucha entre el cansancio y la responsabilidad me hace dudar por unos instantes mientras la oscuridad y el silencio de mi habitación me incitan a acurrucarme entre las sábanas y no levantarme nunca. Pongo un pie en el suelo, con la desgana que me produce enfrentarme a un nuevo día y, al salir de la cama, una bofetada gélida me devuelve a la realidad. Enciendo el calefactor y me abrigo, no hay en mi cabeza más que el traqueteo de ese aparato viejo cuya única utilidad es hacer ruido, sigue haciendo frío. Bajo despacio las escaleras con la mente absolutamente en blanco, abro la pesada puerta de madera y un par de segundos después, la de metal, que al cerrarla tras de mi provoca un estruendo tal que me hace pensar en cuántas personas más del vecindario habrán escuchado que me voy. El frío cala todos mis huesos. Las gotas resbalan por mi frente y alzo la vista para comprobar que, de nuevo, el cielo está gris. Sin salir de mi letargo me enciendo un cigarrillo y empiezo a caminar mientras pienso "¿qué estoy haciendo?".

Entre humo y niebla.


"No era mi día. Ni mi semana, ni mi mes, ni mi año. Ni mi vida. ¡Maldita sea!"

(Como un perro callejero)

No hay comentarios:

Publicar un comentario